La
Habitación Azul
de
JOSE CARMINIS
LITERATURA
Poemario:
PALABRA QUE MIGRA
Escrito por
José Carminis
Fotografía de Portada: 'El Perro y El Coyote' por Alek Komanentsky
Palabras del Autor:
Este Poemario lo escribí entre diciembre del 2006 y febrero del 2007, en unas furtivas semanas, muy motivado por los (frustrados) intentos del gobierno norteamericano por legislar ese año, para millones de indocumentados; residentes ocultos y desplegados a lo largo del amplio territorio de los Estados Unidos, como siguen hasta este momento y probablemente en mayor número que hace siete años. Fue en ese álgido año, tan crucial para millones de "esperanzados", que decidí escribir PALABRA QUE MIGRA, a manera de alzar una voz entre un mar de "ilegales" y familias que gritaban literalmente en las calles "¡Legalízennos ya!"; un mar en donde yo también era un "pez" nadando en un limbo azul, y aun hasta este mismo instante, debo y es preciso confesar a todo el mundo, pese a mi verguenza y a todas mis frustraciones: que sigo siendo un pez nocturno nadando contra la corriente en norteamérica. No puedo definir qué tipo de pez soy, soy sólo un pez sin nombre que nada en la obscuridad de un mar que tal vez no le pertenece, pero que son anchas aguas de un planeta en el que habitamos todos y respiramos por las mismas branquias que nos dio el universo; y en el que pedimos se nos deje no sólo nadar en esa terrible y fría obscuridad de mar, sino también bajo la luz clara y tibia del sol que toca sus aguas; como lo hacen todos los demás seres en esta fauna marina, a excepción de once millones de ilegales condenados a las sombras, que no tienen opción de arreglo y sus esperanzas son cada vez menores.
Desde ese año, 2007, sólo uno fue el intento de publicar PALABRA QUE MIGRA, a mediados del año 2010, en conversaciones via correo electrónico con quien en vida fuera el escritor, editor y docente peruano Carlos Alberto García Miranda, pero que por unos viajes de él pendientes a Europa, no se pudo concretar. Desde entonces el conjunto de poemas siguió archivado, por el temor (temor muy común, por cierto) a ser reconocido como indocumentado, no sólo en mi pequeño ambiente social de amistades y de trabajo, sino también por alguna autoridad de "La Migra" o relacionados a ellos, que se valieran de la exposición pública de un "ilegal" para entonces perseguirlo, capturarlo y posteriormente deportarlo.
Ese fue aquel temor, sin embargo, después de tanta discriminación y frustraciones vividas ese miedo ha cobrado valor, no atrevimiento ni provocación, sino un sentimiento que tras tantos años de marginación y decepciones realmente uno siente que ya no está dispuesto a continuar el juego de aprensión, sea cual sea el precio que haya que pagar por esa ansiada "libertad" de poder vivir, nuevamente dicho, sin miedos. Entre muchas de mis experiencias resalto sólo dos y muy contundentes frustraciones: La vez que fui excluido de una beca de estudio patrocinada por NBC/Telemundo, a la que postulé (con mucha inocencia y entusiasmo) y ocupé uno de sus 21 puestos a nivel nacional entre cientos de postulantes de habla hispana en todo los Estados Unidos, para estudiar Guión de Televisión. Beca de guionista que gané por mis cualidades pero fui expulsado una semana antes de comenzar las clases, cuando declaré no tener documentos para asistir a su inscripción correspondiente, en la universidad Loyola Marymont en Los Angeles y fui, además, señalado de haberle impedido una vacancia a alguien que sí hubiera podido: "calificar".
La segunda y más grande frustración fue cuando en diciembre del 2012 fallece mi madre víctima del cáncer, y tuve que sufrir esta gran pérdida a la distancia, ella en Perú y yo en California. Mordiéndome el pecho y llorando a solas, sin poder despedirme o acompañarla en su larga enfermedad, o tan siquiera estar con ella en sus últimos días, por el siemple hecho de que si tomaba un avión hacia donde estaba ella, podía ir, pero no regresar más a reunirme con mi esposa y mis hijos aquí en mi hogar en Los Angeles. Esa mañana que me dieron la triste noticia de su muerte caí de rodillas en mi habitación y, entre lágrimas, honestamente, maldije a este país. Sí, así es, pero luego recapacité en mi arranque de impotencia, y sólo pensé en aquellos a quienes les conviene estos millones de indocumentados para sus arcas comerciales y ejercen sus influencias para impedir el sueño de tanta gente; o a quienes por omisión o laxitud no se ocupan de nosotros; o a quienes ven este país por el iris "rubio" y la córnea "blanca" que proyectan sus ojos, y no por la rica y sana diversidad (sin discriminación) de pieles y colores que puede, y de hecho llenan, las ricas tierras de este gran país. Por otro lado no puedo ser injusto con tanta gente noble que nos tiende su mano, gente solidaria que nos devuelve la confianza por seguir adelante; asimismo las organizaciones de apoyo al inmigrante que, directa o indirectamente, son invalorables y están aun allí. Ya mi madre no está físicamente en este mundo y mi dolor se hizo resignación, pero es una experiencia que no se la recomiendo a nadie y comprendo perfectamente a miles de seres que habrán pasado por una situación similar. Esto es parte de ser un "ilegal".
En estos momentos en que se debate (nuevamente tras siete largos años desde su anterior intento legal) una Reforma Migratoria para millones de indocumentados, en el Congreso de los Estados Unidos, es que digo ¡Basta! al silencio y entrego este minúsculo aporte llamado PALABRA QUE MIGRA, para decir en verso y poema que: En una amplia mayoría somos gente pobre que arriesgó su vida (como me tocó vivir a mí en México y la frontera con los Estados Unidos), muchos hemos sido discriminados, acallados y lastimados frente a los ojos de las frustraciones y la impunidad de otros por muchísimo tiempo en nuestras respectivas ciudades o comunidades. Nos trajo hasta aquí el hambre del pan y el hambre del progreso, señores. Vivimos honradamente y luchamos por todos nuestros sueños. Otórgennos la oportunidad de sentirnos realmente parte de nuestras comunidades, para perseverar juntos y en igualdad de condiciones por un mismo futuro. Creemos que es justo y necesario un cambio en este aspecto, por la seguridad y orden interno de un país, tanto como por el bienestar y unión (o reunificación) de muchísimas familias.
Este poemario es, como dije antes, una pequeña voz que se une a la de quienes sufrimos marginación y desigualdad en un país que construimos todos. Este poemario se lo dedico al niño Marco Antonio Villaseñor y a su padre (que pudimos muy bien haber sido uno de mis hijos y yo, o también alguno de ustedes), quienes fallecieron asfixiados entre casi un centenar de personas hacinadas en un camión de carga por las carreteras de Texas en mayo del 2003, en su intento de buscar una nueva vida en este país lejos de su natal México, sin presagiar que, horas más tarde, la aventura hacia el norte se convertiría en simplemente un viaje hacia la muerte. PALABRA QUE MIGRA va para ellos y se alza en vuelo sobre toda la buena voluntad de quienes realmente quieren gestar un cambio legal y oportuno para millones de personas que, repito, esperamos con ansias ser parte de una igualdad muy justa y a la vez muy humana.
José Carminis
Los Angeles, Junio del 2013
Prólogo:
LA SAGA TIENE UN POETA
En un sueño, o en un replandor sobrenatural, o en una parábola lancinante, transcurren los poemas dramáticos de José Carminis. Sus escenas son muchas veces del buen sabor onírico que impregna muchos grandes poemas, incluso la Odisea, la cual da nombre también al primer texto de este libro. A la manera de un Juan Rulfo del verso, nos mantiene en la frontera nootrópica y en las fronteras geofísicas, todo ello entrelazado con los hilos de plata de las lunas de la poesía. Te veo dormitando sobre un ramo de luces.
Varios poemas son breves narraciones, leyendas, alegorías o dramas. Los personajes son vivos o muertos, ausentes e hiperpresentes con su realidad total y respiratoria. La tragedia se hace inminente. Se produce. Parece un sueño pero va hacia un sueño.
Se diría que el American Dream es el protagonista fantasmal de la obra, casi como el padre de Hamlet -el personaje sobrenatural de la pieza-. Pero acerquémonos unos instantes al tema de los sueños y ensueños. Se sabe ahora que, aunque no lo recordamos bien, soñamos alrededor de cien minutos diarios, y que en promedio tenemos unos 1,500 sueños por año. Y los sueños tienen mucho de reflejos de sucesos y problema de la vida de vigilia, aunque el soñador no se dé cuenta de ello. De igual modo inconsciente, los sueños influyen en las percepciones y decisiones de la vida despierta.
Más aún, gran parte de la vida “despierta” es una ensoñación en el pasado o en el futuro imaginario de la persona –los recuerdos y el “hacerse ilusiones”-. Si contamos los sueños despiertos, y los sueños nocturnos, y los tiempos de preocupaciones y labores problemáticas, de compras y abluciones, quedan muy pocos minutos de verdadera lucidez.
¿Lucidez? En realidad, son momentos de mayor claridad y concentración para planear y realizar eventos que nos acerquen a realizar… un sueño –diurno o nocturno, bueno o malo-. Para mencionar un caso extremo, más de una ideología “moderna” ha considerado que, para acercarse a su malhadado sueño, el producir muertes masivas ha sido un acto de suma lucidez… Ya cansa la oniromancia…
Sin embargo, la mente realmente más lúcida, los sueños realmente más lúcidos, están en la línea de la poesía, de la épica, cuyos mitos son la crema de la realidad. Y, a la manera de los clásicos de la heroica, la poesía de José Carminis eleva a mito y a mitología la saga, la tragedia, la lírica y el epinicio de la migración. Cumple la función de un Esdras, de un Homero, de un Hesíodo, de un Turoldo, de un Tasso de la migración.
La alta misión épica requiere de rigurosos antecedentes. Y José Carminis es autor y estudioso de poesía desde su adolescencia; es músico y compositor; tiene sus raíces en el Cusco -la ciudad fundada en el siglo XI por el Inca y poeta Manco Cápac, de quien se conserva un himno al Creador- y en Lima –donde Pedro de Peralta escribió la grandiosa y aún no reconocida epopeya gongorina Lima Fundada-, dos ciudades épicas.
Otras cualidades condignas lo acompañan; es un amigo mayor en la lealtad; un magnánimo valiente y sacramentado; esposo de una admirable artista plástica; padre de dos pequeños y talentosos Telémacos.
Ha captado la poesía de la migración con su palabra, y la ha convertido en Cantar. Para ello usa admirablemente la figura de la personalización, de la alegoría, forma difícil de alcanzar en nuestra época, y cuyos altos ejemplos son la Aurora y la Discordia de la Ilíada. Una ciudad entera como Tijuana es redondamente alegorizada en una persona femenina. Animales y plantas se elevan a semidioses alegóricos, de fuerte carga dramática y simbólica. Tiene el poder de transformar los seres: el poder poético.
A veces la personificación se asoma, imponente, en medio de un poema: el gran país me mira / con los ojos grandes. Su arte alcanza también el alto nivel de la ubicuidad geográfica e interpersonal como en el relámpago poético simultáneo Milán-Nueva York-Madrid. (Migración multidireccional y refloral: en Milán, donde ya no había procesiones, la Plaza del Duomo se vuelve morada y aromática en octubre, alrededor del Nazareno limeño.) Y en otro poema, una Beatriz escarlata brilla también con el fulgor de la multilocación.
Es que, en la esfera de la poesía, el verdadero bardo levita; en un modo que el racionalismo fundamentalista no podría explicar. ¿Por dónde celeste ando…? He ahí otra migración, esta vez suprafísica. Palabra que migra. En la que múltiples migraciones hablan. En el Cantar de José Carminis.
José Pancorvo
Poeta
PALABRA QUE MIGRA
A la memoria de Marco Antonio Villaseñor, niño mexicano
fallecido junto a su padre y otro grupo de inmigrantes indocumentados,
en su intento por llegar a Houston-Texas, en mayo del 2003.
Odisea
La proa de mi barca
Sigue la luz de la madreperla
Detrás de los enclaves
Sobre una estancia roja
María
Dejé a María como flor sola,
enredada en estacas,
detrás de caminos y pozos,
ondulando en el recuerdo,
triste y lánguida como pájaro de río.
María me busca donde ya no habito.
Gira su frágil cuerpo a mis objetos empapados de ausencia.
Sólo halla lámparas de vigilias y de hondas noches.
Te veo dormitando sobre un ramo de luces.
El amor es una contemplación del horizonte,
la visión de una flor de agua sembrada en todos los caminos
que se va con cada kilómetro,
esparcida como semillas de verbos para esos pájaros tristes,
que al amanecer me persiguen para darme angustia de sus picos
y alimentar mi trajinado andar
hacia esos otros lados
con dirección norte.
Por el tostado llano de un universo
veo la desembocadura de una ronda,
confundida en los aires de un molino antiguo,
bajo el rostro menos bello de tierras y brotes de agua.
Con estos pies se va tu historia y la mía, María,
como preciosas hojas sueltas,
fosilizadas,
sobre roca volcánica.
He dejado mi corazón enhiesto sobre la línea ecuatorial,
mis pertenencias perdidas en las rutas de los autobuses.
Voy sobre esta mullida tierra como un jornalero extranjero
extraviado en el itinerario de suelos purpúreos,
y dalias de oro rojo
bañadas por dos océanos .
Esta mañana,
María,
gozo los jugos de un maguey que resbala hacia los pies
de chubascos, como delicioso aguardiente.
Me embriago bajo repentinas lluvias salvadoreñas,
o tal vez chapinas,
ya no sé.
Ninguna tempestad detiene a un grupo de nómades
desempleados provenientes del sur,
que duermen interminables noches junto a cimientos
de casas abandonadas.
Se encaraman al llanto de un borrego
que se oye en plena madrugada.
A veces es absurdo ver la misma luna
en este viaje interminable.
¿Dónde estamos?
¿Ya llegamos?
Todavía.
Cuando Ciudad de Guatemala asoma sus arcos,
los buscadores de oro y vagabundos (como el escritor Jack London),
dejan sus pasos a la suerte del camino,
entre los bananos.
Y mientras tanto la bruma ardiente
subiste norte por el resplandor oración.
Adelante, en Oaxaca:
el cansancio en el maizal.
Tierras arriba, en Hidalgo:
la huída entre los espejos de un río cantor.
¿Por dónde celeste ando,
camino ilusión mariposas,
de bendición Guadalupe guía?
María,
te veo en la flor del peyote azotada por los vientos del sur.
Eres lágrima que sobrevive en el paisaje,
sobre el monte que surge desde Panamá
hasta turbios escondites en Chihuahua.
María,
hoy amanecí nuevamente en un pueblo que poco me recuerda al nuestro.
Dicen que esto es la frontera y ya sólo tengo que esperar una señal.
Helicópteros hacen figuras en el cielo cristalino de esta mañana fronteriza.
Dibujan aspas como enormes brazos de gigantes quijotescos.
El día transcurrió sin prisa,
ha relampagueado ya su espiga en el crepúsculo.
Es medianoche en Ciudad Juárez.
Un zarape negro y estrellado cubre el cielo.
Vamos a cruzar.
María,
sigo siendo un vagabundo.
Y tal vez lo sea para siempre.
El caimán
Hemos sido caimanes sumergidos en las aguas del Río Bravo
Somos caimanes porque nos arrastramos sobre el cieno
Traemos los cuerpos sucios y la piel incrustada de parásitos
Llevamos barro entre las patas
El lomo rasgado por espinas
¡Nos quieren matar, compa,
córrale,
córrale!
A balazos
o como se pueda,
dicen.
If they don’t stop I will shoot ’em up
No somos depredadores de hombres, oficial.
Tenemos dientes como ustedes
y no dagas que se arbolan solas
para desafiarlos.
¿A quiénes podemos herir
si sólo venimos por sombra
bajo sus matas abundantes?
¡Déjennos poner nuestras viejas panzas
de caimán
en este otro lado del río,
lejos de las sequías sobre nuestras tierras!
¡No nos disparen!
El Nacimiento
Migrar fue como haber vuelto a nacer, paisa.
Llegué desnudo, mojado,
sucio,
y hasta lloré como bebé,
palabra,
como lloran las cascadas de mi pueblo:
por dentro retumbos de agua,
turbulenta en la garganta
y por fuera una calma
que se hace muy de a pocos,
sobre su cauce.
Y si volvió a nacer
¿dónde quedó esa madre
paisa?
Buena su pregunta...
(piensa)
Esa madre es México
y este país la partera
que nos recibe en sus brazos
al salir por la frontera.
La frontera se dilata,
somos nosotros en sus enormes contracciones.
Esa madre sufre y grita
y nosotros asomamos la cabeza manchada,
mojada,
estremecida.
¿Y echa de menos a su madre,
paisa?
Sí,
y sabe,
me duele mucho el pensar
que no la voy a volver a ver.
Esa madre
Mi madre tiene los labios duros
como la barda que hay en la frontera.
Mi madre tiene hormigas al acecho
subiéndole en el rostro,
como la patrulla fronteriza
en los últimos terrenos del Estado.
Mi madre lleva cruces en el cuello.
Son las cruces de los muertos.
Mi madre usa pinturas en la cara,
como los grafitis que hay en todo el muro.
Mi madre sabe cantar norteñas,
y bailar corridos en Tijuana.
Tijuana
He llegado hasta ti
con el último aliento.
Es un largo camino
no importa de dónde venga.
Eres bella
como un vaso de mezcal
sobre la mesa.
Te siento irreverente,
vulgar y seductora
como una piruja.
Te alzas la falda.
Eres atrevida al invitarme
a perderme en tu cuerpo,
como el agua que te limpia,
y luego de hacerte el amor
me invitas a hacerme a un lado
para abrirle la puerta a un chapín,
que invitaste a cenar.
Y las luces de neón
son tus collares de perlas
de donde me prenderé para
arrancarlos y morderte el cuello.
Vagaré por tus pechos húmedos
como por tus calles,
me reflejaré en tu impuro vientre
como en las sucias copas de los bares,
luego apretaré tus muslos
y me agitaré,
respiraré más rápido
y correré,
como si le hubiera golpeado
a un federal.
Correré por el monte,
pero primero voy hacia ti,
Juana,
paso por ti,
Juana,
por entre las mallas de tus piernas.
El desierto
Seguí las huellas de mi compadre
por las dunas de yeso.
Me abracé fuerte al viento
y lo deshojé como a un girasol.
El sol paría un sol rojo en mi garganta,
Coaguila ardía en las plantas de los pies.
Me pregunto si algún paisano mío
también conoció el color de esta tierra.
Me arrastré como serpiente de cascabel
por el difícil terreno.
Si Dios conociera este infierno, dije.
El sol amenazaba como un comal encendido
sobre nuestras cabezas.
Ardía flagelación
supervivencia cielo
canto oración
¡Sarita Colonia,
enfría mi cuerpo en este ardiente mundo!
Mi compadre se acostó
a la sombra de un enorme cactus.
En su delirio pensó estar viendo
rascacielos en Nueva York.
Me dijo:
¡Compadre, ya llegamos!
Después del freeway 10
la tierra no tiene marcas ni señales.
No sé en qué momento pudimos
haber perdido la vida,
ni de qué forma.
No te vi águila negra
batir tus alas en mi cuello
¿Por qué no fuiste el mal coyote
de las fábulas conmigo?
Y en medio del vapor
que arañaba el cuerpo,
mis sentidos hervían como carne
bullendo en una olla hecha de arena.
Y me preguntaba hacia dónde voy,
qué estoy haciendo aquí,
qué es lo que me espera
detrás de esta cascada de fuego.
Han sido tantos días lejos de casa.
Mi casa ya no es el madero
donde cuelga un rosario,
es ahora este mar de mercurio
donde matorrales grises
reinan entre la nada
como monstruos espinosos.
¡¿Quise acaso
este tránsito por altas temperaturas?!
Jardín de brasas
madero yerto que separas a unos de otros.
Santa Rosa
el azar
camino vas
bondad seráfica
piedad milagro.
Oraba por nuestras vidas,
por no terminar como los restos óseos
que encontrábamos de pronto en el camino.
Y en el perseverante ardor
de un puñado de arena,
como sal caliente,
mirando a través de los sudarios,
me reclamé a gritos:
¡¿A quién puedo culpar ahora
en este mar seco?!
El pollero nos guía,
nos dice que es su tercera pasada.
Le dije:
¡Señor coyote,
Moisés del Sinaí, puedo sentir
la zarza en llamas sobre mi carne!
¡Beberé el corazón de un cactus, ahora!
“Espere, me dijo,
por allá puedo ver el agua de Robin Hood”
Quise reír,
pero yo ya estaba extenuado.
¿Robin Hood, dijo?
Imaginé entonces al héroe de las baladas inglesas
vestido de cowboy,
de guardia nacional
o quizá también
de ilegal como yo cruzando por esta ardiente frontera.
Meses después supe que en este Estado
conocen así a Robin Hoover,
el Reverendo que le quitó el agua a los leones
para ponerla al paso de los inmigrantes,
en medio del desierto.
Todo pasa en esta vasta sequedad.
Cuántos paisanos nuestros
se mirarán bajo la sombra muerta de un Palo Verde,
y se dirán al otro lado de la frontera:
¡Sigamos,
no podemos quedarnos mucho tiempo aquí!
A otros el desierto
se los lleva a sus irisados fuegos,
con su ardor,
o con ese frío que a cierta hora de la noche
es una espina de hielo que les cierra los ojos
A alguien en la frontera
se le está devolviendo sus sueños, ahora,
sobre un papel firmado;
y es empujado hacia la puerta falsa
de una tarde o una noche
caída en frustración.
Aun así, corrieron mejor suerte de aquellos
que descendieron
por las escaleras de nácar,
hacia las pozas más hondas del desierto;
donde para ellos ya
ninguna llanta derrapará más,
como rugido de bestia,
como rugido de bala.
Todo pasa en esta vasta sequedad.
Pero hay un momento en que el desierto se vuelve
una planicie roja
al pie del Baboquivari.
Un indio no me aparta la mirada,
me hurga con sus ojos,
hace un ritual con sus manos y sus plumas de halcón.
Tal vez él comprende más que yo del autoexilio
y se mira a sí mismo sobre mi, también,
piel oscura.
Desfilemos juntos
a través de la seda roja del poniente,
compañero,
mecidos en vapores y lejos ya de la violencia
del desierto,
de ese paisaje ancho
donde se funde el metal y el hueso,
y se llama para los que la intentaron,
y para los que la logramos cruzar:
hórridas fronteras
El pollo y el coyote
Por las
deslizadas
colinas
donde el
Palo Verde
duerme,
va un coyote
guiando a un pollo:
“!Sígueme entre las
espinas,
date prisa
que el león nos mira!”
“¿En dónde hay otros
que se agazapan
bajo el reflejo de la luna,
sobre la arena
y contra el viento,
contra el metal
y contra
el río?”
El perro
La olla vacía no pierde aun
después de semanas su olor a viejos ajos.
Mi patio es de tierra seca y dura.
Las hormigas no llevan nada sobre el tórax.
En mi jardín botánico defecaban los perros,
pero cierto día inesperado llegó a mi ventana
una mariposa monarca,
para decirme dónde pintó
de colores vivos sus alas.
Y después de este acontecimiento pensé en dejarlo todo.
Me hice de valor y la mariposa dijo:
Aleja estos perros de tu casa
y ve a buscar el jardín de
los arándanos.
Como gato en la noche,
dejé la casa.
Dije entre labios adiós, a todos.
En el camino la volví a oír:
Escala sus murallas escarpadas
hechas de ágata.
Sé vigilante como el árbol Arrayán.
Mordiendo las pupilas del puma
por semanas en los enredados pasos de tierra
hacia el norte,
sobre la línea divisoria,
olí la celada detrás de las torres y del muro.
Eran balcones de cuarzo negro
de una fortaleza amenazante,
trunca y salvaje,
hecha de crujidos de hierro.
El gran país me mira
con sus ojos grandes.
El coyote me decía:
allí está la gansa de cuello azul
que andabas buscando
Y no puedes dar marcha atrás
mi querido Einstein.
Entonces mordí mis dientes mestizos
y peleé cuerpo a cuerpo con mi suerte.
Me ardieron los ojos durante todo el camino.
Continuar fue como sentarme
junto a Oppenheimer,
a contemplar el amanecer de Trinity
en Nuevo México.
Será difícil volver a andar en la
Jornada del Muerto,
en esa geografía eclipsada,
adornada con canto y herrajes corvos.
Allí no recordé a la monarca,
sólo estaba yo
y mi destierro
y mi río
y me dije,
cuidando mis espaldas:
¡Está perro cruzar por aquí!
Mariposa Monarca
Miré a través del espejo del norte
y batí mis alas con desesperación.
Dejé mi cofre hecho de espuma
y hojas elípticas
para volar entre el hielo.
Desperté en una sonata de relojes
que se irisó
sobre las ramas congeladas y plateadas
de grandes árboles y tupidos follajes.
Opera de alas orinegras
sorteando los pinos
y sus coronas de nieve.
América,
tu belleza me atormenta.
Llevo algo de tu paraíso
entre mis alas,
pero no puedo llegar a ser tuyo
enteramente.
Sigo confundido
en mi nube de Monarcas,
soportando el ramalazo
de gélidos vientos,
pero migrando hacia noches aún tibias y lejanas,
haciendo surcos opuestos en el aire,
aire que también es inmigrante
como nosotros,
que somos millones
y salimos a las calles
un primero de Mayo.
Estuvimos en las yardas de las casas
y la gente nos miraba
maravillados,
de cómo una cofradía multicolor
podría casi tocarlos.
Bebemos del rayo del sol sobre la montaña,
y de grandes álamos que alguna vez fueron
tribu de apaches.
Nos entregamos a las corrientes de aire
y silenciosos nos deslizamos
sobre el Valle de la Muerte,
haciendo estelas erráticas
entre juncos pétreos,
sobre enormes guardianes
con el rostro hacia el gran salar.
Vamos en dirección contraria
a grupos de hombres que zigzaguean
en el desierto,
en la frontera.
Nos llamó la atención esa otra migración.
Y en Arizona un grupo,
y en Texas otro;
era un éxodo continuo
distinto al de nuestra especie alada.
Nuestro instinto de Monarcas es el sur,
el de ellos es el norte.
Nosotros ansiamos entrar
al corazón de México
como flechas indias,
cruzar los ranchos donde se oyó
la voz de Pedro Vargas,
rozar las manos escultoras de tortillas
de humildes mayecitas.
Nosotros p’al sur
ellos p’al norte.
Volamos entre las letras de
Hollywood,
como bálsamo entre la
H (de humanos)
y la D (de derechos).
Surcamos aquellos cerros verdes
(extraños cerros
donde no colonizó el pobre).
La migración continuaba
entre las altas palmeras californianas.
Muchos de nosotros
tomamos otros rumbos,
al llegar a la frontera con México.
Tecate, Hermosillo, Nogales.
Muchas ciudades vieron pasar al
Monarca,
como un rocío de color a través del viento.
Más al sur los cerros ya no tenían orden
ni forma ni perfume,
y al parecer aquí todo apunta al norte,
siempre al norte.
Aquí reina la Guadalupe
como una estrella;
aquí canta el caballo indomable
y se ve el atardecer
como un sueño de vapor azul,
desde el traspatio de las casas,
donde coronas
hechas de maíz
alumbran parecidas a luciérnagas.
Yo murmuro con las alas tendidas.
Ha sido duro llegar hasta el ciruelo del monte.
Difícil conocer la tierra del hombre
donde crece el nogal y el abeto blanco.
Hasta aquí llegamos miles de Monarcas,
a los pies del volcán Popocatépetl,
donde el otoño es siempre Juan Rulfo
pensando en Clara,
y el viento sus labios que la nombran.
La tierra prometida
Primera tierra
En los suburbios de Milán
hay una mujer saliendo de una fábrica.
Esa mujer se encuentra en Nueva York
esperando el Metro.
La misma señora está en Madrid,
enviando cien euros a Guayaquil.
El niño de aquella mujer recibe
regalos en Navidad.
El niño juega con ellos y deja sus monólogos
prendidos del árbol,
como luces multicolor;
e imagina a su mamá
en un lugar remoto,
lejano,
tan distante
como el fondo de sus cajones,
donde guarda con recelo
e inocencia
sus últimas caricias.
Primera promesa
Arcos de nubes respiran hondo
sobre la ciudad entrelazada con el desierto.
Cargas un vientre de cuervos
sobre tus hombros.
Las plumas caen como ramos
de nubes que apresan noches enteras,
y cada macizo es una promesa
sobre el puño abierto
de un hombre que espera sentado,
rezumando agua continental
por los poros dolidos,
aprendiendo oficios
porque no conoce otro modo
de justificar su ser de espectro,
de espejismo,
de alma en pena que atraviesa
los parques protegidos,
protegidos de cazadores
pero no de inmigrantes
cargados de sueños.
Así de invisible eres,
sin más hoja de vida
que el haber cruzado
esa una y otra vez frontera,
corriendo velozmente
con tu plumaje pardo
de guajolote.
En tu pecho
una oriflama muda
acaricia el aire,
viajero individuo,
sin nombre propio,
sin historia.
¿Y hasta cuándo?
Eres un ente errante que mueve su auto
para dejar pasar la barredora.
Pagaste en el camino más de una “mordida”
para poder llegar hasta aquí,
para tener un trabajo
en este otro lado de las líneas en los mapas.
Ahora puedes llegar a tu empleo
en tren subterráneo,
por intrincadas ciudadelas de plataformas
y agujeros negros que van
por debajo del Sáhara.
Sigues buscando en los diarios: esperanzas.
Por esa esperanza se hacen canciones de viaje día a día.
A ella la buscan en el borde
de un país y de otro.
Esperanza.
La buscan marsupiales sucios como yo
sobre la misma raya donde zumba el mosco,
donde dos colores de agua de río
toman rumbos distintos,
como en los ojos de Bowie,
aguas de tonos opuestos
como en la pigmentación
de las hojas del limón,
una de cara al sol
y otra a este poema
clandestino.
Voz
sobre
otra voz.
Raído anhelo.
Segunda tierra
El aire bailó la danza del abanico
sobre su rostro,
Quetzalli patlahuac.
Un águila real mexica
corteja al viento,
y la ceremonia de las manos
señalan los campos
del nopal.
Xochitica ye ihuan cuicatica.
Corona de flores
para el niño que respiró del cáliz
del pulmón de su padre,
pero nada fue suficiente
Una guadaña etérea
se transformó en bruma espesa
dentro de la caja de un tractor tráiler,
rumbo a Houston.
Mayo del 2003:
fontanas de agua salada
brotaban de sus pieles,
y los gritos ahogados
discurrían como ágatas
apresadas en hondos ríos.
Los diarios informaban que
Marco Antonio era el nombre
del único niño que viajaba
junto a decenas de adultos
dentro de aquel camión.
Su madre no estuvo allí esa trágica noche;
sí su padre,
quien murió junto a él en vasto abrazo.
A veces la madre sueña con su hijo,
lo ve y entre lágrimas
y le dice a esa fugaz imagen:
"Cuando crezca,
escúcheme bien,
cuando crezca:
no se vaya ir pa’l norte
mi’jo”.
Segunda promesa
Aquí también hay flor de retama,
Martina,
y sangre del pueblo
amarillando sobre el océano,
floreciendo en el mar de dos costados:
esa agua que devora vidas
y a la vez se perfuma
con geranios y violetas.
Allí mismito,
en las profundas gargantas
del Atlántico,
el coral tocó las balsas
con sus llagas,
y los sueños se terminaron.
Las olas fueron brazos torvos.
El agua turquesa un animal torpe
que deshizo en dos
la madera vieja
de botes y balsas desesperadas.
La vida de los balseros
se hicieron peces entre peces.
Sus pieles tostadas
tocaron las escamas frías
de enormes escualos,
y nadaron juntos en las profundidades
hacia la arena vírgen
de una noche interior.
Cubanos dejan caer sus cuerpos
exhaustos sobre las costas de Miami.
Al fin respiran libres
lejos del agua que aprisiona el tórax.
Ahora dicen
bajo cálidos veranos
que son hijos del mar.
Lucha Reyes
Caminé hacia un rancho
donde me dieron posada.
Llegué en calidad de vagabundo
porque las rutas me dejaron solo.
No sabía en dónde me encontraba
y una amable señora me dijo:
“Usted está en Jalisco”.
En eso una voz
por la radio,
que colgaba del cuerno de un buey,
mencionó un nombre
que me era familiar:
Lucha Reyes.
Le dije
“Señora
¿aquí conocen a Lucha Reyes?”
“Sí, joven, sí”
Me llené de alegría en ese momento
dije:
“Cuídame morena,
voz de ave parda,
gorrión cantor de pecho oscuro
que caminaste por los Barrios Altos
mucho antes que yo.
Yo también viví en el Rímac,
negra, y
respiré el fragor del río.
Tú que peregrinaste siguiendo
el caminito en los rosales
de Pinglo y Espinel,
cuídame ahora que voy errante
Lucila...”
“Oiga joven
(me interrumpe la señora),
ella se llamaba María de la Luz”
La miré desconcertado,
ella replicó mis gestos con sarcasmo:
“Aquí el que no la conoce
debe venir de bien lejos”.
Después de oír cantar a la tapatía,
por la vieja radio
que colgaba del cuerno de un buey,
comprendí que dos mujeres
separadas por caprichosas montañas
e incontables ríos,
llevaban un mismo nombre
y eran preciadas hijas
de dos países sin saberlo.
Lucha Reyes de Lima,
fue un precioso ébano
corazón de mirlo.
Lucha Reyes de Guadalajara,
una espigada tormenta
que arrancó nopales de la tierra
con su música bravía.
Ambas mujeres miraron
a través de ventanales de hierro forjado,
y las iluminó un sol de años prodigiosos.
Un zorzal
relució una tierna alegoría
sobre sus prístinas plumas.
Les dio el ámbar de su voz.
Beatriz en los cercos del Atlántico
Estoy acostado sobre los jardines
del MacArthur Park,
haciendo dormir albatros en mi frente.
La sombra de una palmera
gira a media tarde.
Soy yo sobre estos atados de hierba.
En las costas calientes de El Salvador
le di mi sed al agua del coco,
pero eso era antes.
Ahora mi sobrenombre es Pin Pan,
en el tibio cardo
de otras entrañas.
Saco mi pachita de guaro en este momento
y me echo un trago.
Voy a caminar,
a contemplar en extravíos
estas mismas calles de California,
de California Dreamin',
que antes eran tierras
de a dos pesos.
Si tuviera dinero tomaría un Greyhound,
pero no un bus con diseño de galgo
que me lleve al horizonte,
hablo de vodka con jugo de uva.
Conozco el bar que Buko frecuentaba.
Una amiga de él que se llevaba algunos
de sus cheques a cambio de sus caricias,
todavía vive por aquí.
Todavía mantiene sus formas la señora,
pero fuma mota y anda cruda.
Ya me siento viejo en el viejo oeste,
viejo Buko.
Soy un cowboy sin seguro social
que no tiene la fama de Pancho Villa.
No, nunca desafié a nadie oficial, se lo juro.
Sí desenfundé mi revolver es cierto,
pero para arrojarlo a la cañada.
Le tengo miedo al hambre, oficial,
por eso dejé mis tambores de piel
sonando solos en el pedregal,
y migré a este país con las manos vacías,
bien vacías.
Piensa que otros también llegaron como tú
buscando oro.
Unos junto a otros
sobre barcos de estribores tristes.
Piensa que fueron examinados
uno a uno desnudos,
conforme llegaban al puerto,
enseñándoles al oficial de turno
sus cuerpos blancos de nieve antártica,
de extremidades largas y duras
como patas de centollas.
Venían de Europa y de Asia.
El “Nuevo Coloso” relucía como una Babel
con la libertad y la antorcha petrificados.
Madre de Exiliados,
le dijeron en un verso,
a la estatua de los souveniers neoyorkinos.
Su actitud es desafiante y herética
como cualquier cacique indio
en la pradera de arcilla.
Ella también es inmigrante,
llegó de Francia repartida en cajas
y se quedó como usted,
paisa.
También vive su auto-exilio.
En los ojos de la mujer de piedra
se ven las hidras verduscas del Atlántico,
ese jardín de los naufragios,
de profundidades combas
donde lamentos brotan
de hermosos pescuezos.
Son las melodías
de las profundidades tartáreas.
Son como cantos de ballenas diamantinas
en las riberas del Aqueronte.
Las barcas,
las barcachuelas,
los troncos asidos al pecho,
las ansias atadas a las velas de las chalupas.
Todo lo pierdes en el océano y
los pulmones languidecen.
Las braceadas infinitas
son una realidad ineludible,
en las aguas del Trópico de Cáncer.
Un barco de interiores tibios
es algo imaginario.
Qué crueles son los sedales
de la muerte.
Desde Costa de Marfil
hasta el Golfo de México,
el mar reluce sus espinas frías.
Si alguien cae en ellas terminaría
como el gran pez
en la prosa de Hemingway,
devorado por tiburones.
El viejo y el mar.
El viejo Mayflower
cruzó como arcoiris
los cercos del infierno del Atlántico.
Puede llover copos de fuego,
y el frío puede significar tanto dolor
como el propio fuego.
En estas estaciones trágicas
deambulan aduladores y epicúreos,
adivinadores.
Beatriz,
eres la mujer escarlata
que busco en las profundidades.
Estás en las grandes ciudades;
En los empleos que no tuve en Guayaquil,
Lima, Managua, Michoacán...
Por ti recorro el infierno
nadando o andando
en las temperaturas de la muerte.
Son tus suaves manos
y no Virgilio,
quien me lleva hacia
el otro lado del mundo;
hacia el encuentro
con otras naturalezas salvajes
y utópicas
que estoy obstinado
a buscar
y encontrar.
Quetzal
Regresé por el camino calizo
montado en un Quetzal de colores vivos.
Volamos juntos por el oscuro dosel
de la selva chiapaneca.
El quetzal era un bello quetzal
y yo un deportado como cualquiera.
En un bar en Guerrero
me tomé un doce de Coronas.
Ahora qué dirían en casa.
“No importa, viejo, por algo será”
El color azul zafiro
de la cola del Quetzal
dejaba un rastro artificial
en el aire.
La Border Patrol nos detuvo
a todos en Mexicali.
Me pidieron cantar el himno nacional
de México.
Caí de rodillas, me esposaron,
y tenía la luz de una linterna sobre el rostro.
No recordaba nada,
ni al presidente ni a su primera dama.
Como no supieron nuestra nacionalidad
nos regresaron a Ciudad de México.
Estaba ya muy lejos para regresar a la frontera
a seguir buscando norte.
“We hope to see you again
pinchey mehicanou”
Sentí que era mejor volver a
Ciudad de Guatemala.
Entonces volví.
El quetzal
seguía siendo un bello quetzal,
y yo un chapín
que se abrazaba a sus suaves plumas,
cromáticas como un bello arcoíris,
juntos en vuelo hacia el sur,
cruzando mi frontera,
mis bosques,
mis volcanes,
mi fauna.
Pirámide trunca
Desde esta costa
en la península de México
el mar del Golfo es un bello jardín,
meciéndose en el temblor
de mis pupilas.
Las malaguas brotan
como orquídeas
translúcidas,
mudas.
Y apenas el siseo de unas ventrechas
resuena en el odre
de aguas mansas.
Para Dante
el mar mugía atempestado.
Yo no lo veo así.
Al menos hoy
me mojo los pies
en estas aguas claras
¿Escucho a los itzáes?
Sí
¿Acaso están reunidos frente al mar
tirando serbatanas a la rompiente?
Aquí hundían sus bocas
en las pulpas del cangrejo,
y con el estómago lleno
jugaban pelota sobre la arena.
El Castillo es esa pirámide trunca
de pozos brujos,
trunca como mi travesía
por los vientres de América,
hacia estaciones lejanas
que no puedo hacerlas mías.
"Voy en camino, mujer de barro.
Llegaré hacia ustedes hijos aves mías",
pienso mientras veo pasar un día y otro
siguiendo rutas desconocidas
y confusas,
rodando como rodó el celuloide
donde se imprimieron las imágenes de
Que Viva México
y Serguei
fue inducido a dejarla trunca,
trunco como voy quedando yo
bajo el color mestizo de este cielo.
Evitaste retenes y batidas
de quienes saben
que en el camino va un
pollo hambriento con su coyote,
ocultos entre arbustos y puentes,
o bajo débiles candiles en los
murmullos de los cántaros.
Pasaste hambre y frío
en la tierra de los Nahuals.
El jaguar lucha
contra el lince del norte.
Unos regresan heridos,
otros suben ocultos en los vehículos
y se bañan en limón
para que los perros no los huelan.
Todo vale antes de claudicar
en estos propósitos.
El año pasado me agarró la migra
en San Fernando Valley,
nos cercaron a todos en la empacadora.
Las redadas no eran cuentos de bandidos.
Nadie espera ser un
“criminal, violador de leyes”.
“No more American Dream, guys. Sorry”
Aunque mi vida sea honesta:
mi honestidad es ilegal.
“En los países de uno también se sueña:
pero ya cansa la orinomancia”,
le dije al mexican que me trae desde Panamá.
Recorro este largo camino
como un ciego guiado por un perro o un coyote.
Fui cegado por el brillo de las flores,
oh Nezahualcoyotl poeta,
tú que amabas el color del jade,
guíame por las noches obsidianas
lejos de tus laberintos,
donde el cenzontle
canta tus versos en códigos de huida.
Quiero (re)nacer en el norte
Ser un hombre nuevo hecho de maíz,
como nació el primer hombre
en el Popol Vuh.
Cruzar la frontera será una creación bíblica.
La tierra nacerá como neblina
o como nubes ante mis ojos.
Tengo virtudes en mis cabellos lisos,
un grano de arroz y otro de trigo en cada mano.
Entonces pasearé con mi familia
y sonreiremos en Hollywood Boulevard,
saldremos de algún establecimiento un día y
veremos a Yma Sumac,
Augusta Emperatriz
hija de los Incas,
nacida en un cuarto de oro y dos de plata.
La veremos caminar
con sus grandes anteojos negros,
ya sin su corona de plumas de aves silvestres.
Con algo de arrogancia sí, porque
ninguna Virgen del Sol cantó como ella.
Se detendrá un momento
y contemplará desde la otra calle
el edificio circular del Capitol Records,
como diciéndose:
“Has realizado tus sueños de inmigrante,
Yma,
con tu voz única
de sacerdotisa de los Andes”.
Mientras la veo
les diré a mis hijos:
“Niños,
allí va una inmigrante
como también lo es su padre.
Véanla,
y no la olviden”.
Secuestro en Juárez
Las flores de mis hadas son mudas,
tienen pelambre.
No quiero jugar con ellas.
No quiero captores.
No quiero hadas.
Quiero un jardín atado a mí
para escarbar como los topos.
Huir.
Hacer túneles.
Tocar las manos de mi mami
bajo el césped.
No quiero recordar que mis uñas
no hirieron esas paredes.
¿Dónde estuvieron todos en esos días?
¿Y la luz del sol que alumbraba como lámpara
cuando mamá y yo dejábamos México?
No me divertía observar a las moscas,
ni a hombres extraños.
Todo hedía.
Oración al Inmigrante
Señor que estás en los cielos,
desde donde miras las fronteras
como si fueran
tus propias manos llagadas,
enfría con tu preciosa sangre
los pechos como hornos ardientes
de quienes dentro de sí cocinan hachas,
látigos y salivas luzbélicas,
para salir a cazar hombres y familias
que vienen migrando con la erosión del suelo.
Son como los Cheroquis en el Sendero de Lágrimas,
presas del desarraigo,
de largas noches delirantes
y vulnerables.
Águilas pardas cruzan tus campanarios, Señor,
pero también son cuervos voluptuosos
los que saltan en el portal de esta tu santa iglesia.
Abriga el estruendo de los gritos que te claman,
abraza a los más vulnerables
por las espinosas trenzas del terreno.
Vierte tu sangre como oasis en sus bocas.
Cúbrelos con tus benditas manos
para que nadie pueda desnudarlos.
Danos su dolor si así lo quieres,
y ponlo en nosotros
hasta que fecunden nuestros huesos
Habítalos, Padre,
como esta tarde estás entre nosotros,
y en nosotros.
Que se trague la tierra sus angustias.
Que lo que pisen las plantas de sus pies
sean suyos como dice en el Libro de Josué.
Que la soberanía no sea una cacería
o una guerrería.
Que la serpiente no sea el hermano
vestido de crepúsculo y falsas diademas.
Extiende tus brazos
con los de María, ahora,
Señor,
y protégelos.
Comentarios Finales:
El poeta peruano José Carminis entiende los ejemplos del maestro Vallejo. Se anuncia una nueva lírica en Palabra que Migra. Es la lírica hídrica echa como la obra de Paz, compuesta de aguas de los que saben llenar los ojos de comprensión con gotas que se llaman lágrimas. Esas son las lágrimas que lloran los golpeados por una lírica capaz de empezar la poesía de ahora, del instante, de la muerte y de la vida. El joven Carminis es el nuevo poeta latino que anda por las calles frías y que escribe en el español de Becquer y de Vallejo.
En la obra Palabra que Migra se acontece la poesía de un nuevo movimiento en que la poesía cesa de crear guerra. Los poetas de norteamérica se han dividido y atacado sobre la cuestión de la lírica. Calderón nos muestra que la lírica no es preguntona, investigadora o exclusiva. Aún se tiene que reconocer que la lírica tiene que sonar en momentos de crisis. La lírica entre Eros y Caos encuentra su deber de hablar rompiendo silencio con palabra. La palabra que migra es la palabra nacida de sí misma en cuanto la vida conquista a la muerte y la poesía a la teoría. La conquista por el buen amor y no el malo. Que seamos para nosotros extranjeros entre nosotros mismos es una nueva raíz cosechada en palabras que migran y que llegan a existir como Neruda nos decía en esa Residencia en la Tierra; Mistral en Piececitos los pintó, y Carminis los puso a caminar.
Edith Morris-Vázquez, PhD, Ensayista
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Con palabra profética y acento bíblico este poeta tremendo enlaza la condición de los hombres con la naturaleza asombrosa de nuestra América. Nosotros, esta masa humana que se desplaza desde el Sur, nos confundimos – por obra de José Carminis, en montañas, piedras, mares, vientos, caballos, volcanes y hasta mariposas. Me fascinó el poema sobre las mariposas Monarca que vuelan desde un extremo a otro de América del Norte y, todo el tiempo, me hizo pensar que estaba hablando de los inmigrantes. Tal vez era así. Tal vez por eso, cuando terminé de leer el libro, quise leerlo de nuevo para comprobar que ya estaba cerca de la Tierra Prometida.
Eduardo González Viaña
Premio Latino Internacional de Novela 2008